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Alex prueba: El benévolo maíz nuevo

De la faena salieron bollos, torrejitas, changa y atrí

Maíz Nuevo Don Agustín corta los granos de maíz, luego raspa la tuza para sacar el "ojo" del maiz y aprovechar toda la mazorca. Foto: Alexander Arosemena (ALEXANDER AROSEMENA)
Maíz Nuevo Don Agustín corta los granos de maíz, luego raspa la tuza para sacar el "ojo" del maiz y aprovechar toda la mazorca. Foto: Alexander Arosemena (ALEXANDER AROSEMENA)

“Ya que vas para el mercado, tráeme un saco de maíz nuevo para que mi papá haga torrejitas y una lonja para hacer chicharrones”, me solicitó mi esposa, “Clarines”, contesté, recordando en silencio que en mi vida he comprado ni sacos de maíz, ni lonjas, es más, primera vez que iba al San Felipe Neri en muchos años.

Era pleno día de las madres, 10 de la mañana. Ya el puerco bueno se lo había llevado y no había lonja, pero me conformé con un tejo de papada, de aspecto repugnante y algunos pelitos, “Hubieras pedido que te la limpiaran”, me reclamó mi esposa más adelante, es que no soy muy diestro en mercados públicos, pero de los errores uno aprende.

Tocó buscar el maíz nuevo, solo veía bolsitas de tres mazorcas, peladas, a dólar. “¿No hay en capullo?”, pregunté al muchacho que me despachaba los ajicitos dulces para los tamales que tenía en mente, la razón principal para aventurarme al mercado. Con la quijada me señaló hacia a otro puesto. “Cuántas quiere?”, “no sé”, contesté, ignorando cuántas vienen en un saco. “Tengo medio saco”, dijo el chico y con la cara de perdido que vio en mi rostro agregó, “Son 50 mazorcas, 15 dola”, “Viene!”, conteste rápidamente. Revisé el saco, haciendo papeles de experto, cuando en realidad estaba con la paranoia de que hubiese alguna cucarachita de polizonte. “¿Le abro una mazorca para que vea?”, preguntó amablemente el muchacho. “La verdad solo hago un mandado, así que porfa, que estén buenas, no quiero que me manden pal carajo cuando llegue a casa con eso”, contesté estresado. “No se preocupe señor, a usted le van a dar un premio cuando llegue”, aseguró el pelao.

Con el saco de maíz al hombro y con el puerco, ajicitos, cebollas y cinco libras de maíz pilado en la otra mano, salí del mercado con mi hija agarrada de la cola de mi camisa, “no me gustó como huele allí adentro”, reclamó. “Y eso que no viniste antes de la remodelación”, conteste entre risitas, mientras pensaba, desconfiado, en el “premio” que me darían al llegar a casa con el mandado, porque eso de “premio” podría ser sarcasmo. La verdad, el nuevo mercado estaba a expectacular, no me lo esperaba.